El laboratorio A-Lab de la Universidad de Berkeley en los Estados Unidos opera de manera continua las 24 horas del día con el propósito de probar y generar nuevos materiales que mejoren la eficiencia de los paneles solares o produzcan baterías prescindiendo de los valiosos y limitados metales raros. Su capacidad de investigación supera hasta 100 veces la de otros laboratorios similares. Sin embargo, para lograr estos resultados sorprendentes, no dependen de científicos trabajando en turnos durante toda la jornada. En su lugar, la mayor parte de la investigación la realizan brazos robóticos controlados por una inteligencia artificial con mínima supervisión humana.
El A-Lab, establecido por un equipo de investigadores del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley (Berkeley Lab) del Departamento de Energía, busca transformar esta dinámica mediante el uso de la robótica y la inteligencia artificial. Afirman que sus materiales de laboratorio pueden procesar entre 50 y 100 veces más muestras al día que un ser humano, aprovechando la inteligencia artificial para identificar rápidamente las direcciones más prometedoras.
Proceso de funcionamiento:
El equipo asegura que el sistema está diseñado para que la toma de decisiones se realice sin interferencia humana. Los investigadores participan en la fase inicial del proceso, seleccionando, con ayuda de la IA, el material objetivo que se va a sintetizar. Posteriormente, un brazo robótico pesa y mezcla los ingredientes necesarios para su creación.
En el caso de la creación de una nueva aleación de metal, el brazo robótico puede combinar varios metales y sus óxidos en forma de polvo, mezclándolos en un disolvente para distribuirlos uniformemente. Luego, el robot envía el recipiente con la mezcla a un horno que puede alcanzar los 1.200 grados Celsius y donde se pueden inyectar los gases necesarios.
Una vez que se ha creado el material, otro brazo robótico se encarga de recuperarlo y lo traslada a un difractómetro de rayos X y a un microscopio electrónico para su análisis. Los datos obtenidos se envían a la inteligencia artificial, que estudia el material obtenido y repite rápidamente el proceso si no ha alcanzado el resultado deseado.
Mientras la inteligencia artificial y los robots trabajan, los investigadores humanos pueden supervisar el proceso a través de un sistema de video y de las alertas emitidas por el dispositivo. Esto les permite monitorear la evolución de las investigaciones mientras dedican su tiempo al diseño de nuevos experimentos.